(In)utilidad
Por Jacobo Tarrío
1 de junio de 2002

De vez en cuando aparece el producto milagroso que acabará con todos nuestros males, o por lo menos eso es lo que promete su fabricante.

Seguro que conocen muchas cosas que en su tiempo parecía que iban a ser la repera, y luego desaparecieron (con más o menos ruido). Por ejemplo, ¿qué fue de los CD-I, aquellos CDs interactivos que iban a revolucionar la enseñanza, el cine, y nosecuantas cosas más?

También conocerán otras que, como quien no quiere la cosa, se introdujeron en nuestra vida, y resultaron ser mucho más útiles de lo que parecía. Por ejemplo, el correo electrónico, que nació considerado un servicio sin importancia, comparado con la transferencia de ficheros o el empleo remoto de otros ordenadores, es hoy el servicio de Internet más utilizado, junto con la web (otro que comenzó sin grandes pretensiones).

Por si se preguntan qué es lo que diferencia un tipo de productos del otro, la respuesta es muy simple: la utilidad.

(Jo, qué gurú estoy hecho; seguro que nadie habría adivinado eso…)

Y no lo digo porque piense que Vdes. son tontos (al contrario, les considero altamente inteligentes, al haber decidido leer mi webcosa), sino porque hay gente que parece que aún no lo ha entendido.

Todos los años, en Internet (que es el tema que me ocupa), salen nuevos inventos que van a cambiar nuestra vida, van a devolver el brillo a nuestro cabello, etc, etc; sin embargo, un breve aunque detenido análisis basta para comprobar que su utilidad es dudosa, o incluso, nula.

En el caso de que alguien (continuando con Internet) le proponga invertir en un fabuloso servicio, piense usted: “¿yo lo utilizaría?”. Si la respuesta es no, no invierta.

Por ejemplo: ¿usted compraría un DVD que sólo pudiese ver dos veces antes de tener que volver a pagarlo? Pues hubo empresas que intentaron hacerlo, y fracasaron, porque nadie quiere comprar un cacharro de esos. ¿Qué haría con un lector de códigos de barras? Seguro que lo último que se le ocurriría sería estar todo el día pasando códigos de productos para ir a las páginas web de las correspondientes empresas, ¿no? Pues hubo una empresa que creyó que eso es lo que haría, y se dedicó a regalar lectores de códigos de barras. (Algunos malvados linuxeros, en vez de dedicarse a pasar códigos de barras todo el día, como se suponía, lo que hicieron fue analizar el aparato para poder utilizarlo con otras malsanas intenciones. Por ejemplo, leer los códigos de barras de libros para clasificar más fácilmente sus bibliotecas personales).

Y, llegados a este punto, no sé a qué venía todo este rollo, pero espero que les haya resultado interesante. O que no les haya resultado un aburrimiento supremo, al menos…

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