El otro día compré un DVD. Y por “compré” quiero decir que entregué parte de mi dinero a una tienda, y a cambio me dieron un DVD estampado con la debida autorización por parte del agente del propietario de los derechos de la película. O sea, perfectamente legal y legítimo. Ramoncín estaría orgulloso.

No obstante, cuando fui a verlo usando mi ordenador, igual que todos los otros DVDs que había comprado antes (no tengo un aparato que sólo sea reproductor de DVD), me encontré con que la película empezaba a dar saltos y que en la consola había mensajes de error.

Después de investigar un poco, vi que era culpa de una “protección anticopia”: el sistema de ficheros y la tabla de contenidos del DVD tienen información corrompida, de forma que un programa que intentara leer del DVD fallaría. Para que los lectores de DVD funcionen, en los menús hay información para saltarse esas partes corrompidas; sin embargo, el programa que uso no utiliza los menús, así que se traga el DVD con errores y todo.

Esto es lo que me pasa por ser el único idiota que se compra las películas que quiere ver. Si me la hubiera descargado de Internet me habría salido gratis y la habría podido ver sin problemas.

Esta historia tiene final feliz e irónico.

Al final he conseguido ver la película. Para ello he tenido que utilizar un programa para ver la estructura del DVD, y luego otro programa para extraer al disco duro sólo las partes del DVD que contienen datos válidos. El resultado pude verlo utilizando mi programa habitual.

O sea, que al final, para ver la película he tenido que hacer justo lo que quería impedir la distribuidora del DVD: tengo en mi disco duro, porque no me ha quedado más remedio si quería verla, una copia perfecta de la película, con toda la calidad de imagen original, a tamaño completo, con todos sus subtítulos y todas sus bandas de audio.

Estoy tan fastidiado que me entran ganas de subirla a Internet. Quesejodan.