Si de algo se quejan los astrónomos es de la contaminación lumínica. O sea, el motivo por el que tienen que alejarse N kilómetros (para valores grandes de N) de su ciudad para poder ver una mísera estrella.
Aquí en Santiago, en Fontiñas (el barrio donde vivo), han cambiado las farolas de globo por otras con sombrerito (no se va más de la mitad de la luz a los cielos), y con bombillas blancas más eficientes que ahorran energía y hacen que el cónyuge deje de roncar.
En A Coruña la cosa es bastante tremenda. Es la única ciudad que conozco (bueno, no es que conozca muchas, pero…) cuyo cielo nocturno es marrón. Y se pueden ver con detalle los edificios, en las partes que quedan por encima de las farolas. Un desastre, vaya.
… Y todo esto se me ocurrió mirando a las luces rojas en las puntas de unas cuantas antenas de telefonía móvil.