La velocidad del tiempo
Por Jacobo Tarrío
2 de abril de 2002

Hablando del tiempo, me acordé de los relojes. ¿Saben ustedes cómo se hace para ajustar un reloj de estos grandes, formato Puerta del Sol, cuando va adelantado o retrasado? Seguramente cualquiera de ustedes, o incluso yo, nos limitaríamos a agarrar con mano firme la manilla del minutero y hacerla avanzar, o retroceder, el número de minutos correspondiente.

Pues que sepan que eso está mal. De esta forma, es muy difícil hacer el ajuste correcto, y se introduce una incertidumbre más en el tiempo que marca el susodicho (reloj). O sea, que cuando toca hacer el rito semianual del adelanto/retraso horario, lo hacemos mal. Pues vale.

La forma correcta, como ocurre en estos casos, es más técnica y bonita. Y precisa. Consiste, simplemente, en acelerar o decelerar ligeramente la maquinaria del reloj, para que, pasado un tiempo, éste llegue justo a lo que tiene que marcar; el tiempo exacto que se tiene que dejar con la velocidad alterada es muy sencillo de calcular, y se tiene la cuasi-garantía de que, una vez terminado el ajuste, el reloj marca la hora correcta.

Para hacernos una idea: por ejemplo, si tuviéramos un reloj que va un minuto adelantado y quisiéramos ajustarlo, podríamos ajustar su velocidad para que perdiera un segundo cada minuto; una hora después lo volveríamos a su velocidad normal, y listo.

Lo malo de esto es que no todos los relojes admiten ajustes de velocidad. Lástima.

Por cierto, que éste es el método que se emplea para mantener sincronizados los relojes de los ordenadores que componen la red NTP (Network Time Protocol). Toma ya.

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