Yo creo que en lo que voy a contar tiene algo que ver la formación que les dan al personal sanitario.

Cuando mi dentista me dice “esto te va a molestar un poco”, ya puedo estar seguro de que quince segundos después voy a estar en el sillón retorciéndome de dolor mientras ella introduce la punta del torno por entre mis dientes, por debajo de mis encías, etc.

Es lo mismo que cuando, justo antes de darme una inyección, el enfermero me dice que no me va a doler nada. ¡Una mierda, me va a doler nada! Las peores inyecciones de mi vida fueron precedidas de un “no te va a doler nada”. De todas las veces que me dijeron “no te va a doler nada”, en ninguna de ellas la aguja medía menos de cinco centímetros de largo y dos milímetros de grueso.

Sin embargo, no todo son quejas; la ventaja de esto es que los hace predecibles: si el dentista me dice que me va a molestar un poco, me preparo para cinco minutos de convulsiones. Si el enfermero me dice que no me va a doler, me preparo para lo peor. Y así, siempre. De aquí, a mi argumento principal:

Se deberían identificar los elementos de la formación del personal sanitario que les hacen subestimar el efecto que sus acciones provocarán en el dolor ajeno, adaptarlos y añadirlos a otras disciplinas.

O sea, yo quiero un asesor de Bolsa que, cuando me diga que el mercado “no va a ir muy bien”, yo pueda apresurarme a vender todas mis acciones, o que cuando diga “va a haber unos ligeros altibajos” en realidad quiera decir “agárrense los sombreros, que allá vamos”. O quiero que, cuando lea en las instrucciones de cualquier máquina a pilas: “presione suave pero firmemente la pestaña”, yo sepa que, en realidad, quiere decir: “apriete con todas sus fuerzas en la pestaña, las áreas adyacentes a la pestaña, y las áreas adyacentes a las áreas adyacentes a la pestaña”.

O un informático que, cuando diga: “el proyecto se va a retrasar un poco”, esto signifique: “este año no terminamos. Ni el siguiente”.

¡Ah, no! ¡Si eso ya ocurre!