Acné
Por Jacobo Tarrío
7 de febrero de 2003

Hace unos cuatro o cinco años, un dermatólogo me recetó unas pastillas para el acné.

Bueno, en realidad no fue tan sencillo, porque ya unos meses antes me había recetado otras cápsulas; el día que se acabaron fui a la consulta y me preguntó si las había tomado todos los días. “Hombre, algún día me la olvidé”, confesé. “Ya, es para estimar cuánto tienes acumulado en el organismo…”.

Después sacó un taco de hojas con membrete y comenzó a escribir, y a comentar qué era lo que escribía:

— Esto es lo que vas a tomar ahora en invierno, que estas que te receto ahora causan un poco de fotosensibilidad, y…

— Si, bueno, si fueras chica, ahora deberías llevar unos cuatro meses tomando la píldora, que también causa malformaciones en el feto…

— Esto es una barra hidratante para los labios, que también reseca un poco las mucosas… y esto lo mismo pero en crema, para las noches. No tendrás síndrome del ojo seco, ¿verdad?

— Bueno, y estos papeles son para el Ministerio de Sanidad, para que a la farmacia le permitan comprar el medicamento y luego expedírtelo. Es que tiene que estar registrado, ¿sabes? Hay otros catorce en su misma situación.

Ni que decir tiene que, a estas alturas, ya me preguntaba qué era lo que me iba a recetar.

Cuando mi madre me dio los medicamentos (no me dijo si le hicieron una comprobación de antecedentes) les eché un ojo. Vaya, todo normal: el nombre en verdana, la caja blanca, rayas rojas y todo lleno de letreros en 20 idiomas que ponen “PRODUCE MALFORMACIONES EN EL FETO”.

Como tocaba ya comenzar a tomar las pastillas, y quería ver el prospecto, abrí la caja y extraje un “blister”.

En un “blister” de Aspirinas suelen venir entre diez y quince pastillas, ¿no? Aquel “blister” tenía dos pastillas; una a cada extremo del “blister”, y, enmedio, molduras para que no se doble el “blister” y cartelitos en 20 idiomas que ponen “PRODUCE MALFORMACIONES EN EL FETO”.

Supongo que las pastillas vendrían tan separadas para evitar alcanzar la masa crítica, o algo.

Armándome de valor, abrí el prospecto. ¡Cielos! Nunca había visto tantos efectos secundarios juntos en un mismo prospecto. En serio, eso parecía, más que el prospecto de un medicamento, la publicidad de un arma bacteriológica.

Media hora más tarde, cuando conseguí dominar el cague, saqué una de las pastillas del “blister”. Las pastillas eran en realidad cápsulas, con la cobertura blanda. Por si se caen al suelo, supongo; para evitar que exploten. No intenté abrir una para ver qué tenían dentro, que igual me venían los tipos de la brigada de armas NBQ en sus trajes herméticos amarillos.

Al menos era fácil de tragar, con agua: no tenía que tragarlas con un fluido inerte ni nada parecido. Algo es algo.

Días más tarde pude comprobar que lo de que “reseca un poco las mucosas” era una “exageración por debajo” tan propia de los médicos. El último día del tratamiento, en la consulta del dermatólogo, él miró mis labios todos llagados, a punto de caerse al suelo, y dijo “ya veo que has llevado bien lo de la barra hidratante”…

Lo mejor, sin duda, fue, a mitad del tratamiento, cuando oí por la radio que se habían suicidado dos chicos en tres semanas, y que tenían en común… las mismas pastillas que me tomaba yo. Fui a mirar el prospecto, y, efectivamente, allá estaba, entre los efectos secundarios: depresión y pensamientos de suicidio.

Toda una delicia, sin duda.

(Más tarde: ya recuerdo [gracias a la web] el nombre del medicamento aquél. Roacután. Efectivo como ninguno. Ni que decir tiene que no se vende sin receta ;-))

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