Hoy voy a hablar de una cosa llamada “ruido de cortesía”. Es un ruido blanco con un nivel de volumen muy bajo, que se inyecta en las llamadas telefónicas para que los interlocutores no crean que la llamada se ha cortado. Su presencia es difícil notarla: es un ruido blanco muy bajito, como ya he dicho, pero su ausencia causa auténtico pavor: “¿oye?” “¿si?” “ah, que pensaba que se había cortado”.

Cuando llaman por un teléfono móvil GSM se inyecta ruido de cortesía; sin embargo, si llaman al extranjero por una línea fija y la llamada pasa por un satélite, puede ser que vayan por una línea sin ruido de cortesía, y entonces notarán el otro objetivo del ruido de cortesía: enmascarar el hecho de que la comunicación sí se corta mientras ninguno de los dos habla. Ya saben, para ahorrar ancho de banda: si ustedes no hablan, que ocupe su sitio otra gente que sí esté hablando. Así meten más llamadas en un satélite.

Hablando por el satélite, mientras uno hable, no hay problema: el sonido se recoge y se transmite al otro extremo. Sin embargo, cuando cierre la boca, el sonido seguirá recogiéndose en la estación de satélite de su lado, pero no se transmitirá por el satélite; el interlocutor dejará, de pronto, de oir el ruido ambiental del otro extremo de la línea y sólo oirá el más absoluto de los silencios. Cuando el de antes vuelva a hablar, volverá a transmitirse el sonido por el satélite, y el interlocutor de marras volverá a oir el ruido ambiente.

Sin embargo, con ruido de cortesía no. Si no se transmite sonido, la estación de satélite receptora de la señal se lo inventa: hace un ruido de cortesía, que simula el ruido ambiente, y ninguno de los interlocutores sospecha nada.

Y, entretanto, nos cobran por tiempo bruto, no por tiempo neto, estos telefónicos. Serán…