El síndrome del videoaficionado
Por Jacobo Tarrío
25 de octubre de 2001

Todo aquel que haya sufrido la proyección de un video casero (“Cumpleaños de Maripili”, “Partido de Futbito de Borja”, “Nuestra Nueva Casa”, …) conoce los extendidos y molestos fenómenos del síndrome del videoaficionado: abuso del zoom (ahora estoy cerca, ahora estoy lejos), sonido nefasto (“Pepita, ponte aquí, Maripili, delante de Pepita, Borja, hijo, quítate el dedo de la nariz, y ahora, moveos, haced algo”), largas tomas sin sentido (después de 5 minutos grabando la fachada de la catedral, es estadísticamente imposible que haya quedado un solo detalle sin captar), etc.

Todos estos, por llamarlo de alguna forma, defectos, son debidos a la novedad; durante el visionado de la “película”, un 78% de los videoaficionados notan cómo algo se revuelve en su interior (vergüenza, lo llaman los especialistas) y deciden enmendarse, usar menos el zoom y enfocar menos tiempo aquel mono que en el zoo era tan simpático pero aquí en el video, realmente, no hace más que dormir.

Lo malo es que el 95% recaerá en los viejos hábitos la siguiente vez que tome una videocámara.

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