Todo aquel que haya sufrido la proyección de un video casero (“Cumpleaños de Maripili”, “Partido de Futbito de Borja”, “Nuestra Nueva Casa”, …) conoce los extendidos y molestos fenómenos del síndrome del videoaficionado: abuso del zoom (ahora estoy cerca, ahora estoy lejos), sonido nefasto (“Pepita, ponte aquí, Maripili, delante de Pepita, Borja, hijo, quítate el dedo de la nariz, y ahora, moveos, haced algo”), largas tomas sin sentido (después de 5 minutos grabando la fachada de la catedral, es estadísticamente imposible que haya quedado un solo detalle sin captar), etc.
Todos estos, por llamarlo de alguna forma, defectos, son debidos a la novedad; durante el visionado de la “película”, un 78% de los videoaficionados notan cómo algo se revuelve en su interior (vergüenza, lo llaman los especialistas) y deciden enmendarse, usar menos el zoom y enfocar menos tiempo aquel mono que en el zoo era tan simpático pero aquí en el video, realmente, no hace más que dormir.
Lo malo es que el 95% recaerá en los viejos hábitos la siguiente vez que tome una videocámara.