Nokia ha anunciado el N800. Es un cacharrito que lleva Linux, tiene una pantalla en color de 800x480, mide 144x75 mm., pesa 200 gramos, tiene WiFi, Bluetooth, cosas multimedia, etc. A mi me ha dado un ataque de tecnolujuria.
Durante un cóctel, en un corrillo hablaban sobre los pecados capitales, y una señora bien se vanaglorió de no tener ningún vicio. Su hija le replicó: “¿Ah, no? ¿Y la lujuria?” Entre las sonrisillas pícaras de los demás integrantes del grupo, la señora, ruborizada, le preguntó a su hija a qué venía eso. “Ya, claro, ahora me vas a decir que no te gustan las joyas”.
Para resistir la tecnolujuria tengo una técnica que consiste, básicamente, en no comprar el cacharrillo. Al fin y al cabo, aunque el aparato mole, no me hace realmente falta. Además, no le sacaría mucha utilidad: no escucho música, tengo un PDA que casi no uso, no suelo ir en transporte público (donde esos aparatos sí son útiles). Y tampoco tengo mucho tiempo disponible ni muchas ideas para ponerme a programar movidas para él. Y no puedo permitirme deshacerme de tanto dinero. Por no hablar de las uvas, que están verdes.
Esto es así con más aparatos: cámaras digitales (casi no uso la que tengo, como para comprar más), móviles (idem), iPod (no escucho nada de música, pero lo pongo para completar)… Así que, a menos que mucho cambien las cosas, no compraré un N800. Ni un 770, que es su antecesor. Y no será porque no me gusten los cacharritos, ojo.